¿Escritores argentinos?

Estanislao-1

«No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida (…)»

Oliverio Girondo. No Se Me Importa Un Pito

«La literatura de la Argentina es la mejor del mundo hispánico»

Carlos Fuentes

No hablo casi nunca de escritores argentinos aquí. Borges, que se llevó varios posteos directamente y otros tantos de forma indirecta, fue uno de los argentinos menos argentinos que esta tierra vio nacer. El Padre Leonardo Castellani, que también se llevó entradas y comentarios, es quizás la excepción a la regla que acabo de enunciar. Argentino como nadie era el cura tuerto, nacido en un pueblo santafesino, hijo de un italiano inmigrante bastante progre, hispanista hasta el tuétano, hombre del interior, campero, vecino, exiliado y retornado en Buenos Aires; un porteño de ley, como Scalabrini Ortiz que era correntino.

La verdad de verdades, de cualquier manera, es que aquí me he dedicado mayormente a la literatura anglosajona en general e inglesa en particular. Ya dije, aclaro, que la causa más probable de todo esto sea, además de mis gustos, intereses y sapiencia particular, la ignorancia notoria que manifiesto acerca de la literatura argentina. No sé ni papa, digamos.

¿Por qué, entonces, lo ignoro todo, o casi todo al respecto? Creo que la causa radica, además de los argumentos de más arriba, en que las letras argentinas fueron siempre poco argentinas y eso, paradójicamente, es muy, pero muy argentino. Toda esa tradición romántica en su versión francesa que campeó en estas tierras a comienzos del siglo XIX – la famosa, ignorada y aburridísima Generación del 37 – era de corte extranjero. Mucha pampa, mucha «tieya», mucho caballo, mas vistos desde un lugar raro, desde un sitio extraño, bajo la sombra de una galera. Después esa cosa rara que no termino de entender, esa literatura a la que no encuentro lógica, la gauchesca – discúlpenme, me enseñaron en las aulas de la universidad que esa cosa que llamamos gaucho no existía- para pasar al siglo XX, a Lugones – que intuyo inventor del Martín Fierro, allá lejos y hace tiempo en un teatro-, a Arlt que me gustó siempre, a Girondo que si no fuera tan berreta (él) tildaría de pornográfico, a Marechal (el medio poeta del que hablaba Castellani con poca justicia), y a esos otros que «había que leer», los sábatos, los cortázares (nacidos en Bélgica, muertos en Francia), y algunos pocos más. Adolfito Bioy, que me aburrió aún antes de leerlo, Jacobo Fijman, que me aburrió después de leerlo y alguno otro completarían la lista de «mi literatura argentina» hasta que llegaron otros y la cosa complicóse.

Se complicó, como decía, porque Matando Enanos a Garrotazos de Laiseca, Los Pichiciegos de Fogwill o Flores Robadas en los Jardines de Quilmes de Asís me parecieron más sustanciosos, más literatura, más argentinos, que muchos de los nombrados más arriba. Más Denevi si vale. El balneario de los crotos de Laiseca me pareció coherente y no así la trama seudonihilista de El Túnel. Me gustó mucho más Diario de la Argentina, también de Asís, que la Invención de Morel, que podría haber sido escrita por un guionista apremiado por abultar la billetera. Repito; de literatura argentina no entiendo ni papa.

En la lectura de otros autores argentinos, o mejor dicho, en la búsqueda de otros escritores argentinos apareció un tal Guillermo Martínez, un señor que además de tener nombre de contador público es Doctor en Matemática, ateo, progre, posmo y tiene cara de gringo. Lo primero que leí, y que leyó, posiblemente, todo aquel que haya pasado por sus páginas, fue ese librito que Alex de la Iglesia destrozó al filmar «Los Crímenes de Oxford», Crímenes Imperceptibles. Agradable, ligero, e niente piú. Pero no se quedó todo ahí, este hombre se despachó con otros libros, argentinos, interesantes, propios, mejores, ¡bah!, como Acerca de Roderer (que transcurre mayormente en un barrio de Bahía Blanca), La Muerte Lenta de Luciana B, la Mujer del Maestro y Yo También Tuve una Novia Bisexual, de nomenclatura más berreta que impactante, más estomacal que genital, más trucha que otra cosa.

El Dr. Martínez escribe literatura argentina (si acaso existe, que creo que no, aunque las librerías insistan en su existencia) y escribe muy bien. Sus libros, si son leídos en el transporte público -pienso en el ferrocarril – harán que el viaje se acorte, el destino se acerque y que la idea de que acá hay que abandonar la lengua propia, como hizo Ciorán, se borroneé bastante.

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42 respuestas a ¿Escritores argentinos?

  1. sebas dijo:

    Se olvidó de Dolina, chamigo…

  2. Fernando dijo:

    Estimado Viajante
    ¿Ha leído a Juan Luis Gallardo? Porque a mí me parece un gran escritor argentino, que escribe de cosas argentinas y las dice como un argentino.

  3. El Viajante dijo:

    Sebas,

    Vuelvo al tema. Me olvidé de Dolina y la verdad es que no sé por qué. Quizás porque el Alejandro Dolina radiofónico opacó al escritor (aunque el escritor vendió bien gracias al otro). Otra posibilidad para mi olvido sea que no es un «canonizado» de las letras nacionales; y hablé de los canonizados. Me gusta Dolina, no se entienda mal, y en el tiempo en que me dediqué a sus libros me gustaba más que ahora. Valga entonces el agregado oportuno suyo.
    Fogwill, que inventó eso de «El Sabor del Encuentro», slogan de la cerveza más fea en mercado después de la inefable Brahama, sería un ejemplo de canonizado por el mundo literario en los últimos tiempos (décadas).
    No lo nombré a Ignacio Anzoátegui y tampoco a Francisco Bernárdez. Omití, del otro lado, a Tomás Eloy Martínez. En «el medio» se me pasó Abel Pose y ni qué hablar si recuerdo que no dije nada de esa literatura rosarina salida de la pluma de Saer. Soriano lo mismo.
    Otros tantos seguro.

  4. El Viajante dijo:

    Último agregado: Faltarían Evaristo Carriego y Macedonio Fernández. Respecto el primero solo puedo decir que me atacan serias dudas de que haya existido. ¿Lo inventó Borges? ¿Hizo algo parecido Lugones con José Hernández y su Martín Fierro?
    Fernández, amigo del padre de Borges según Borges (todo lo dicho por el propio Borges tiene, casi siempre, una sola fuente, él), que jamás leí, posiblemente no haya sido leído por nadie más que los estudiantes de letras.
    Está Alejandra Pizarnik pero ella es otro cantar y, además, me hace acordar a cierta profesora de literatura del colegio secundario que no se caracterizaba por ser recordable.

  5. Marcelo dijo:

    «En un overo rosao,
    Flete nuevo y parejito,
    Caía al bajo, al trotecito,
    Y lindamente sentao,
    Un paisano del Bragao,
    De apelativo Laguna:
    Mozo jinetazo ¡ahijuna!,
    Como creo que no hay otro,
    Capaz de llevar un potro
    A sofrenarlo en la luna.»

    Viajante:
    versos como estos del acápite ¿no son criollos hasta el tuétano? ¿y no hay talento literario ahí?. Por otra parte, ¿qué es eso de que en la facultad le enseñaron que el gaucho no existió?.

    ¿y no leyó a B. Velmiro Ayala Gauna?. No me diga que tampoco le gustan las andanzas policíacas de resonancias chestertonianas de Don Frutos Gómez, el comisario litoraleño.

    ¿No será que a algunos jóvenes argentinos «del palo» les sucede, respecto de los autores británicos, algo parecido a lo que dice este español? -y ello, claro, va en desmedro de la «cultura local»-:
    «RADIOGRAFÍA DEL INTELECTUAL CATÓLICO ESPAÑOL.
    ¿Existe en España una cultura católica? No confundamos, por favor, la existencia de ciertas plataformas mediáticas -de presunto signo católico- con un panorama cultural católico. La mayoría de nuestros intelectuales católicos (que los hay) están excesivamente preocupados por no parecer como demasiado católicos; puesto que parecer demasiado católico puede confundirse con el integrismo. ¿Integrismo? ¡Vade retro! -dice el intelectual católico español. El grueso de nuestros intelectuales católicos siempre está pronto a subirse a la carroza de los Derechos Humanos, a parlotear de democracia, solidaridad, tolerancia y multiculturalismo; a no poner en cuestión el mismo origen turbio de esos Derechos Humanos. La mayoría de los intelectuales católicos españoles disimulan muy bien su catolicismo, afectando todo lo que pueden -eso sí- su intelectualismo (tantas veces vacío de ideas y lleno de eruditas citas, lo más seguro que extraídas de la wikipedia). Presto a incorporarse al tren del discurso moderno (como si lo moderno pudiera tener salvación) el intelectual católico español porfía en salvar algo de la modernidad, como si hubiera algo salvable. Eso dice mucho de la indigestión cultural a la que ha sido expuesto y de la que es, en su inconsciencia, una víctima sumisa. Digámoslo de una vez: el intelectual católico español está acomplejado y está acomplejado desde hace muchísimo tiempo. Su problema no es de hoy.

    En los mejores casos, el intelectual católico español (oculto casi siempre tras el membrete de «cristiano comprometido») ha leído a Chesterton. El intelectual católico español tiene a gala haber leído a los ingleses, claro que sí: los ingleses le han enseñado a ser católico a la moderna, pues influencias culturales de otras latitudes siempre pueden ser sospechosas de integrismo católico. Por eso, pone a un lado a los grandes intelectuales católicos franceses del siglo XIX y XX, le resultan muy reaccionarios; pone al margen a los grandes intelectuales católicos alemanes, los alemanes -ya se sabe…; y a los grandes intelectuales católicos italianos los tiene en la misma consideración en que tiene a los grandes intelectuales católicos españoles: es que el intelectual católico español ni sabría decir el nombre de alguno. El intelectual católico español tiene un libro: el de Chesterton. Pues es un apellido inglés, ¿y quién va a poner en duda la consolidada tradición democrática, parlamentaria y liberal de Inglaterra?

    Mientras tanto, los ratones se comen en las estanterías los libros de los grandes intelectuales católicos españoles: Menéndez y Pelayo, los Nocedal, Vázquez de Mella, Víctor Pradera, Vallet de Goytisolo, Rafael Gambra. Algunos de esos libros hace tiempo que están en el desván de los trastos, para la próxima mudanza alimentarán la hoguera. Pero, eso sí, que no nos falte Chesterton. Siempre que hablo de estas cosas tengo que recordar que no soy hostil a Chesterton -pues no lo soy-, pero sí que soy hostil a todo diletantismo por chestertoniano que sea: y, no nos engañemos, entre nosotros -los verdaderos españoles- Chesterton siempre será un guiri.» (del blog librodehorasyhoradelibros).

    Otras inquisiciones: ¿afirma ud. que Bioy le aburre?¿y «trascartón» mete ud. a Lugones en la misma bolsa que a Laiseca o Fogwill o un tal Martínez? Mmmmmmm….

    Por menos de eso hubo gente que se retó a duelo.

    • El Viajante dijo:

      Marcelo,

      Requiere su comentario una respuesta más extensa que, oportunamente, le daré. Respondo entonces solo lo que puedo hacer en pocas líneas.

      Sin duda lo que trae tiene su gusto, hay talento y nadie niega lo campero y argentino del poema. Me gusta y mucho. ¿Eso modificaría algo de lo dicho? Yo croe que no.
      La bolsa de la que usted habla, en la que pongo indiscriminadamente a Laiseca, Fogwill, Martínez y Lugones existe: son escritores argentinos. Unos me gustan más que otros, otros le serán a Ud. de mayor agrado, esa no es la cosa. La cosa es que me dediqué a escribir este pequeño posteo acerca de, insisto, argentinos que escriben o escribieron. Dejar afuera a Laiseca porque escribe cosas locas, a Fogwill porque era un fachoprogre violento o a Martínez porque es «posmo» me paece una injusticia absoluta.
      Girondo podía escribir mal sobre tetas y es aceptable; Martínez habla de manfloros -o manfloras si vale- y no lo es. Además de arbitrario, me parece ridículo, máxime si el primero tiene el talento de una ameba y el segundo, pese o no a alguno, escribe bien.
      Afirmo sin que me tiemble el pulso que Bioy me aburre. ¿Es pecaminoso acaso? Si supiera Ud. lo que pienso de los libros de Mujica Laines se escandalizaría entonces. Me gustó uno solo, qué le vamos a hacer…
      No, no he leído nunca a Ayala Gauna y no conozco las andadas del Señor Gómez. Habrá que probar entonces. Gracias por la recomendación.

      Quedarían para responderle dos cuestiones: la del gaucho y la de como vemos, desde acá, la literatura británica (o inglesa, preferible) siguiendo esa cita que nos trae. Quizás ambas cosas merezcan un posteo pero como no voy a escribirlo nunca, le prometo una respuesta aquí, en un comentario.

      Le adelanto dos cosas solamente: ¿podría Ud. definir claramente qué es un gaucho? (no valen engañapichangas del tipo de «señor que vive en la orilla», «gente de campo», y otras simplificaciones del estilo que dejan más abierta la discusión que cerrada. ¿Un gaucho es un personaje pendenciero, asesino y sotreta que vive en un ambiente bucólico por imposición estatal? ¿O acaso es un señor que, perdido en la muchedubre porteña, confunde la realidad con la ficción en el «Tiatro Colón»?. ¿Para ser gaucho hay que comer asado con cuero y solo ayudarse con un cuchillo y pan? ¿es necesario que el gaucho toque la guitarra y componga versos?.
      La segunda cosa más cortita y referida a lo de «las bolsas» ¿Por qué hay que canonizar a tal o cual? (o aceptar las elevaciones hechas por otros «palos»). ¿Por qué «Acerca de Roderer» no puede ser equiparado a «La Invención de Morel»? por decir algo…
      ¿Cuando se cerró el listado de los 144.000 literatos nacionales?

  6. Walter dijo:

    Me recomiendan algunas autores católicos alemanes? Gracias

    • El Viajante dijo:

      Walter,

      Posiblemente Marcelo o, si anda por aquí, el Coronel Curtz (y si estuviera Lupus ni qué hablar, otro que ha comentado por estos lares) podrán recomendarle «autores católicos alemanes». Yo, que soy medio mal tipo estoy tentado de decir que es casi una contradicción en los términos (triple en este caso). Pero se que no es así y que debe haber qué proponer.
      Yo conozco solo protestantes (y románticos). No serviría mi aporte, mil disculpas.

  7. Lupus dijo:

    El único autor católico alemán que soy capaz de anunciar con cierta solvencia es Pieper. Cuando era muy joven metía a Romano Guardini entre los ottos, de bruto nomás, supongo que porque murió en Munich… y por lo espeso. Pero bueno, Pieper no es «literario», digamos; no es «creador». ¿O sí? ¿Qué distingue al pensador del literato? Sutilezas tal vez: ¿»creadores» son sólo el poeta y el narrador?. Piperio es un monstruo en todos los sentidos. Sé que es consejo al cuete, pues ¿quién no lo leyó?; pero si hace rato que no lo hacen, vuelvan a él: ¡pronto!… De mi viejo me quedó un tomito, «Lo mejor de la ciencia ficción alemana» (ya me fui de lo «católico» al carajo), y con lo que me gusta la CF, ese Bruguera lleno de Voltz y Doberer se me piantó al piso. Casi no sé más. Goethe nunca me gustó (a Pieper sí, shit) aunque me dejó grabada la imagen de lo «fáustico». Y bueno, no quiero encuadrarlo, pero es más que interesante: Novalis (creo que hay en internet). Ah, de ciencia ficción alemana, hay un subgrupo insuperable: la Alianza del Rhin.

    Yendo a lo criollo, muy interesante la confesión de gustos del Viajante. Así pasa con el arte: gustos, aprecios, atracciones sin mensura. Cuando te gusta un autor, un pintor, un músico, una obra, la opinión contraria merece una sola respuesta: andá a cantarle a Julio Sosa. Fuera de lo convencional católico, comparto el gusto por algunas cosas de Arlt, de Borges, y sumo a Arturo Cancela, a Abel Posse y los paseos literarios de Garasa y Álvaro Abós. Un genio arcaico: fray Castañeda, el pre-Castellani. A Bioy nunca lo pude leer con mínimo agrado, y desde sus dos diarios, uno de él y otro –gigantesco– de sus recuerdos con/sobre Borges, directamente lo detesto; el primero es el testamento de un maldito traidor, desleal, donjuan de mierda; el otro, una declaración de su rutina literaria: invitar a comer a Borges y subírsele a upa para chorear pensamientos, exigir recensiones y escribir un diario a escondidas. Chanta, cipayo, chorro, escritor pedorro y mal tipo (sí, me llevó demasiado tiempo azotar a este impresentable). De Sábato, vale Sobre héroes y tumbas y un par de los últimos. Dolina: inobviable, pero lamentable (triste) ese descenso desencantado y promiscuo desde el Ángel Gris a Cartas marcadas. Cortázar: buena pluma (no tanto, viejo) en malas manos. Denevi, mmmsé, un poco, siguiendo los criterios del anfitrión. Disiento fuerte sobre Marechal, me parece superior. Asís me hace cagar de risa, de a ratos, pero no por sus libros. Y cuenten conmigo si alguien junta firmas para mandar a Aguinis a la frontera con Palestina. Es mucho más lo que no conozco; me anoto Fogwil y Laiseca, a ver qué pasa. Martínez hice unas páginas, sin ganas, y dejé. Quizás error. Siempre me pregunto lo mismo, ¿vale la pena conocer algo más? Tiempo antes me había mantenido firme con Andahazi y Giardinelli, para conocer lo más cercano, y fue horrible elección, ché. Rápido tuve que zamparme un Braulio. Ni qué decir que tanto reconocimiento al hiperturro de Bioy casi me hace descreer de la viabilidad de una «literatura argentina». Y quizás hay iguales o peores…

    En cuanto a un estilo más «propio», más talentoso e inobjetable, me parece que las cosas buenas ya pasaron. Varios fueron nombrados acá; o si no, son rememorados constantemente, cada cual con sus gustos. Ahora habrá que esperar, y ver si alguien está preparando su barquito. Salvo que por esta cosa virtual el astillero haya quebrado y desaparecido la literatura. O que aunque flote ya no pueda ser conocido en forma más o menos masiva y duradera.

    • El Viajante dijo:

      ¿Vio Walter? Si comentaba Lupus la cosa quedaba cerrada. No se puede agregar nada más y no puedo sino decir «¿Donde firmo?. Yo, que soy -naturalmente- el lector más fiel de este blog, espero con ciertas ansias que Lupus se aparezca por aquí y comente algo. El tipo sabe de lo que yo hablo (y que no se) y escribe «alla maniera» en que yo escribo (pero bien). Fabuloso.

      Espero entonces que haya servido. Yo, por mi parte, le digo que me regodeo de pensar que coincido con Lupus en todo esto. Pequeñas alegrías.

      El Viajante

  8. Lupus dijo:

    Bueno, me colma de elogios y se sobrecarga de denuestos. Qué sé yo, le agradezco, pero son dos injusticias. Igual vengo a corregirme: que algunos ortibas casi me hayan hecho descreer de la literatura argentina no significa que terminé descreído. Literatura argentina hay, y más que buena. Hernández, Lugones, Marechal, Anzoátegui, Bernárdez, Castellani, digamos dentro de los inobjetables, y un etcétera largo donde valen los gustos y disgustos, las jerarquías, la producción, el alcance, la «durabilidad» (Nalé Roxlo, Cancela, Booz, Gálvez, Wast, Quiroga [sic]), además de los varios ya nombrados por ustedes, y los que ahora imperdonablemente me olvido, y los que no se conocen (o no conozco yo), sean del palo o no, y los que no fungieron de «narradores-poetas-creadores», y sin embargo… (Doll, Jauretche, Scalabrini). Incluso los que realizaron una tarea servil (= servicio impagable), trayéndonos la materia prima de la mejor literatura, como Carrizo o Jacovella. Y –por qué no, si ya es hora hace rato– los que producen pero no se los edita, o se los edita poquito y sin aparato mass o miniss mediático, y también los que no se animan… Celebramos a muchos talentosos del pasado, y a veces cuesta creer que no haya quedado nada, salvo los blogs, las mini-ediciones, los samizdat.

    Si de registro poético o narrativo (o dramático) se trata, descreo de todo lo que viene publicitado o premiado por los modernos: esa literatura anti-pura que se pretende pura literatura (Andahazi, Giardinelli, hijos putativos de alguno de los Lugones que hubo en Lugones), tanto como de esa otra, de clase militante y sociologística que se levanta como plaza de armas (Cortázar, Walsh, Castillo) o ambón-diván de caramelo (Milagro, Larrañaga). Comparten la misma mesa: el hombre abolido. Literatura de descendimiento, ya sea en el lomo de un dragón o a cococho de un unicornio. La buena literatura (tanto en su faz de escritura como en su faz de lectura) no esquiva la búsqueda honesta bajo maneras artísticas, ni lo dramático del tiempo y la existencia, ni la trompada del humor o la parodia, ni la esperanza aferrada a las cosas invisibles como a un tubo de oxígeno, ni la acción del mal y del Malo, ni la festividad infantil de los cuentos de hadas, ¡ni siquiera la compasión por nosotros y los otros, creaturas de Dios! Es siempre el testimonio de algo superior al propio autor, a la propia obra, al propio tessoro. Quiere invitar al hombre a algo trascendental. Y de eso, no sé cuánto queda ni cuánto más habrá, salvo quizás unos pocos amigos y conocidos que habrá que ver hasta dónde pueden llegar. De nuestro lado, visto lo que tenemos alrededor, creo que haría falta una literatura que no tiene antecedentes. ¿Y encima al modo «nuestro»? ¿Cuál modo? Ahí sí que ya no sé si esta literatura es posible.

  9. J.D. dijo:

    Lo único que se me ocurre decir -sin ánimo de ofender a nadie- es que se nota que sus profesores de literatura en el colegio le dieron Lewis y Tolkien, -que se pusieron de moda, y sin desmerecerlos- en lugar del Don Segundo de Güiraldes, ni Obligado, ni Bernárdez, ni Nalé Roxlo, ni Lugones ni Baldomero Fernández Moreno, ni Denevi, ni… ¡qué se yo! En fin soy de otra generación y sobre gustos no hay nada escrito dijo una vieja. Pero me quedo con mis clases de Literatura.

    • El Viajante dijo:

      J.D,

      Lo único que se me ocurre decirle – sin ánimo de ofenderlo tampoco – es que no tiene razón. En el colegio no leí a Tolkien (en realidad si, pero en casa), y mucho menos, mucho menos a Lewis. De hecho, Lewis no estuvo, en estas tierras, «de moda» nunca sino hasta la aparición de las películas de Narnia. Tolkien (hablo de mí secundario claro está) era raro, era «privado» y lo leíamos con otro compañero que, mezclado con heavy metal, terminó en cualquier cosa (no había películas aún, claro está).
      En esos años de colegio tuve que leer casi a todos lo que ha nombrado. Güiraldes, Obligado, Lugones, Fernández Moreno, Denevi… habría que agregar a Echeverría, Sarmiento, Marechal, Borges, Bioy, Sábato, Pizarnik, Quiroga, Storni, Mansilla, y alguno más, si quiere que le cuente, en resumidísimas cuentas, el plan de estudios de mi profesora en esos años. Eso en «literatura argentina» (que también incluía a Neruda, Mistral, Benedetti y otros «no argentinos»).
      Como no hablamos del período en que estudiamos literatura universal, me ahorraré nombrar desde Shakespeare a Süskind (antes de que salga la película de «El Perfume»), o desde Cervantes, pasando por Manrique, Lope, y tantos otros, hasta Garcilaso o Sor Juana Inés.
      No sé de donde sacó, o como logró inferir tal cosa como la que marca.
      Todavía me acuerdo de los «controles de lectura», obligados, que me hicieron conocer a Hemingway, a Washington Irving, a García Márquez, a Vargas Llosa y a otros que la memoria me indica haber leído en esos años. La verdad, ¡tuve una buena profesora!Todavía recuerdo haberla engañado con «Doce Cuentos Peregrinos». Tuve que hacer dos recensiones, eligiendo de esos doce cuentos. Leí, los dos, a las apuradas en el examen y me saqué una buena nota.
      Sigo, me hizo acordarme de muchas cosas… de Ceremonia Secreta y de Rosaura a las Diez (había que elegir uno y leí los dos), de «la segunda persona» (por Ceremonia Secreta), de las poesías de Darío que me parecían horrendas (y que ahora aprecio), Sonatina especiamente. De Sinfonía en Gris Mayor, con la postrer explicación del concepto de sinestesia y, ¡claro! de A Roosevelt, que me hizo darme cuenta que la poesía no era en filfa.
      Más allá de la acusación muy velada de malformado (que creo haber, en este único caso, porque las demás materias dejaban mucho que desear), le agradezco que me haya hecho recordar todo esto. Una última, «El Seminarista de los Ojos Negros». No sé, todavía recuerdo el día, sentado en el banco de la punta, adelante, bien a la derecha, donde nadie podía verte por estar muy cerca, que Mirta, mi profesora, leyó eso y, aunque sea olvidable, fijóseme hasta el presente, al lado de «…polvo, sudor y hierro; el Cid Cabalga» del otro Machado, Castilla.
      ¡Gracias Mirta!

      • J.D. dijo:

        Recibido. Y acusado el golpe. Veo que me apuré en contestar. Seguiré leyendo, y apreciando, no crea!, sus interesantes comentarios. Y un agradecimiento también: el recuerdo de «El Seminarista de los Ojos Negros», y «Castilla» aunque hace menos lo volví a leer.

  10. Lupus dijo:

    Ahí está uno de nuestros más serios y viejos problemas: las «clases» de lengua y literatura del colegio. A JD y al Viajante realmente les sirvió, por lo que parece. En cambio yo pasé catástrofe (el tiempo, los libros, los amigos, fueron curándome un poco). Creo que a la mayoría le ocurrió lo mismo. Era proceso lógico, una vez que los «pedagogos» jubilaron a Ragucci y ya no quisieron dejar de «progresar». En el mejor de los casos, sufrimos una suerte de eterno recitado de la primera estrofa de «El grillo» y de «Platero», con especialísimo hincapié en «eglógico» y en «peludo». Y era todo lo que podías conocer de Roxlo y de Jiménez. ¿Cómo ibas a llegar a Lugones o a Miguel Hernández? Luego los modernos desembarcaron en Cortázar y en García Márquez, y quemaron las naves. No digo que todo debe ser poesía pero, en fin, la literatura (y la historia) dejaron de ser el corazón –el corazón vivo, la ventana, el mirador, la comida central– de esa crianza-aprendizaje de los primeros años y nos fuimos al cuerno, a divinizar «Casa tomada».

  11. Fernando dijo:

    Estimados
    Me alegra mucho leer todos los comentarios pues descubro cuánto ignoro y aprendo mucho.
    Yo tengo 40 años y cursé la secundaria en la época Alfonsinista. Mis clases de literatura no me sirvieron para nada. Leíamos (o nos hacían leer) fragmentos del Quijote, Martín Fierro y otros; pero nunca un libro entero. No me hicieron leer un libro completo en toda la secundaria. Digo, obligatoriamente aunque sea. No hacía falta, se aprobaba con muy poco. Eso es lo triste.
    Gracias a Dios, tuve a mi madre que desde niño me compraba libros de cuentos y me formó el hábito de lectura. Con la «biblioteca Billiken» primero y luego la «colección Robin Hood». Ya salido de la escuela conocí «Los Ombuses de Falucho» de Juan Luis Gallardo. Y a Hugo Wast, y a Pieper, Castellani, etc. Tolkien era un absoluto desconocido en San Juan (donde vivo) en la década del ’90. Debo haber estado entre los 10 primeros que leyó El Señor de los anillos, antes de las películas, claro está. Jamás he leído una linea de Borges por ejemplo. Y de Sarmiento… menos. Pero no es que me enorgullezca. Al contrario, muestra mi ignorancia y la muy mediocre educación que nos daban en la escuela.

  12. El Viajante dijo:

    Fernando,

    Gracias por comentar aquí y me alegro que le guste leer este humildísimo blog (los comentarios son otra cosa, como ya dije, son participaciones «especiales»). Yo también leí de la colección Billiken (¿se refiere a la de Editorial Billiken, de tapas rojas y blancas, siimilares a las Robin Hood pero de tamaño más pequeño no?). Donde estudié el colegio yo, todos esos autores (o casi todos) brillaban por su ausencia. Estamos en la misma.
    Sarmiento…bueno, no se pierde nada aunque tendrá que considerar que yo no conozco su obra (que es enorme, en tomos y tomos y que, parcialmente, es una acumulación de plagios). Solo leí el Facundo y Argirópolis.

  13. psiqueyeros dijo:

    ¡Qué buen post, y mejores comentarios aun para hacer confesión de la propia ignorancia literaria en lo argentino!!! De lo poquito que puedo decir coincido con Lupus, Marechal es algo superior, más que medio poeta, su prosa en Adanbuenosaires es sublime, en un periodo naif de mi vida decía que era lo más elegante que había leído en español, ahora, un poco más de vuelta, me digo y qué importa andar poniendo categorías que no le importan a nadie, disfrutala y listo… Saludos y Gracias.

    • El Viajante dijo:

      Gracias por los comentarios PsiqueyEros. Fijate que yo no dije sino lo mismo que Lupus. Lo de «medio poeta» es del Padre Castellani, no mío. Textualmente «(…)Marechal (el medio poeta del que hablaba Castellani con poca justicia) (…)».
      Un saludo entonces,

      • psiqueyeros dijo:

        Sí, por supuesto, así lo entendí… solo quise compartir mi admiración por Marechal… aunque desde cierto punto de vista Castellani tiene razón, Marechal es un medio poeta cuantitativo, desde lo cualitativo escribió cosas superiores… pero tan tan pocas…

  14. Tom dijo:

    Está muy bien que alguien (Lupus) haya reivindicado a Sábato con Sobre héroes y tumbas. Ernesto fue un personaje antipático, acomodaticio, pero gran novela esa, eh. Llorona, folletinesca, Amalia sin Rosas y con Perón. Un placer.
    No olviden, NO OLVIDEN, a Lucio Mansilla y a Sarmiento. Tampoco a Juan L. Ortiz y a Haroldo Conti (obligatorio leer La balada del álamo carolina). Si se animan, lean a Carlos Gamerro.

    La literatura argentina es enorme y variopinta, parangonable con la rusa y la norteamericana. Creanló o revienten.

    P.D.: Es cierto que eso diarios de Bioy son miserables, pero también escribió La invención de Morel, muchachos.

    • El Viajante dijo:

      No me olvidé ni del sobrino ni de la némesis literaria del Restaurador. De los demás si porque, como ya dije más arriba, en el posteo, de literatura argentina no sé ni papa. De cualquier manera, y siguiendo a un Tom que yo conozco, podría decir que eso de «Conozco toda la literatura francesa, toda la española, toda la…» de Castellani suena horripilante y, por tanto afirmar algo similar sería bastante osado, cuanto menos.
      La Invención de Morel no me encantó, que puedo decir…es muy cinematográfico, como el propio Bioy reconoce. No me «entró», no me «pegó» ni en la primera leída juvenil ni en una segunda más actual. Seré yo nomás…
      Ah, como recomendación para otros lectores…sigan, si pueden, quieren y les parece, lo que, a su vez, recomendó Tom, yo sé que sabe de estos menesteres.

  15. El Carlista dijo:

    Es como dice Lupus (siempre es como dice Lupus), Marechal es superior.
    Da la casualidad que comencé a releer sus tres novelas hace unos días y me percaté que era mucho más grande de lo que tenía registrado de él. De su primera novela ni tiene sentido decir nada.
    Pero el Banquete es notable, pero notable .
    Me había olvidado de cosas importantes: relean el capítulo XXVIII del Banquete de Severo Arcángelo. Es lo más preciso que leí sobre el Anticristo.
    ¿Qué?
    Sí, léanlo. Como nadie marca la relación precisa que existe entre la masificación, el hombre vaciado, Robot, y el Mono de Dios. Como nadie. Es notabe, y eran los 60’… No se pierde en teologías, va al punto neurálgico: el hombre hecho añicos.
    Bueno, ni qué decir de Megafón. Solo la introducción ya es una maravilla.
    Marechal es completo. En él está el saber desde Homero a los Padres y Tomás de Aquino, todo con un genio literario realmente original y a mi gusto solo entre los nuestros superado en prosa por Lugones en El Payador; libro que, aunque dice algunas macanas, no puede estar mejor escrito.
    Sobre la afirmación de Castellani … algo cierto hay. El Marechal poeta no llegó al Marechal en prosa. Pero además, puntualmente Lugones y Hérnández tienen algo que no se puede explicar con palabras, pero que hacen de ellos dos «la mitad de la poesía argentina y el resto la otra mitad», muy a pesar de los dos Obligado, tal gigantes, o de Guido Spano.
    Una injusticia que todos les hemos hecho a Castellani y Marechal fue leerlos de chicos y vagonetas no releerlos, hasta que los releímos y nos dimos cuenta que eran para antes, pero más para después. No así con Lugones, en prosa y en verso, que es de una hermosura tal que uno no pudo dejar de releerlo nunca. Desde Las Montañas del Oro, a su grado 33 de la masonería, al Romacero y aquella hora de la espada. Nació y murió genial.
    Y no olvidemos al gran pero gran poeta que fue Ezequiel Martínez Estrada (a fe mía el más lugoniano luego de Lugones) y su obra en prosa Muerte y Transfiguración de Martín Fierro.
    Y, particularmente, aunque no sé si es genio literario o inmenso cariño, tengo especial debilidad por los cuentos y el Segundo Sombra de Güiraldes y por los cuentos y novelas de Benito Lynch.

    • El Viajante dijo:

      No puedo sino coincidir con todo lo que ha dicho. Eso si, quizás le peleo lo de que el Marechal en verso es «medio poeta». Castellani, que así lo sindica, componía sus poesías cual payador amateur, anotando en los costados de las hojas palabras que rimaran hasta armar así el texto. El Robot será medio flojo, pero Didáctica de la Patria es una maravilla.
      Ah, me olvidaba! Bienvenido!

  16. psiqueyeros dijo:

    ¿Sería mucho pedir con tan egregios comentaristas una lista de libros de literatura argentina para leer antes de morir? Sé que puede sonar molesto, tonto, o un poco cholulo, pero para muchos (yo entre ellos), al menos, muy útil….

  17. Lupus dijo:

    Es difícil negarse al pedido de psiqueyeros, ya que los fenómenos que apuntan acá, empezando por el buen anfitrión, hacen fácil el cumplimiento. Sabiendo, por lo que comentaron, cuántas joyas argentinas serán inventariadas por los amigos aquí presentes (ya lo fueron, pero sería bueno ordenarlas), abro el juego destacando unas pocas rarezas semiolvidadas, o tal vez desconocidas para algunos:

    – La historia funambulesca del profesor Landormy, de Arturo Cancela
    – Aguafuertes porteñas, de Roberto Arlt
    – Nueve cuentos, de Ignacio B. Anzoátegui

    Préstenle atención al Carlista en lo que dice sobre Marechal y sus tres novelas: Adán, Banquete y Megafón. Le sumo Cuaderno de Navegación y el Heptamerón (que incluye la Patriótica). Y en otro orden, Descenso y Ascenso de la Belleza.

    La Corp. de Abog. Católicos editó hace unos años un librito majestuoso: «Los Poetas de los Cursos» (los Cursos de Cutura Católica), donde no sólo se encuentra una excelente selección de poemas de Fijman, Dondo, Jijena Sánchez, Antonio Vallejo, Etcheverrigaray, entre otros (además de Bernárdez, Castellani, Marechal, Anzoátegui), sino también una serie de láminas de grandes artistas nuestros (Spotorno, Buitrago, Basaldúa, Ballester Peña, Delhez, Fornieles y Norah Borges).

    Los franciscanos de San Antonio de Padua, en 1990 y pico, editaron un enorme libro-documento de Furlong: «Fray Francisco de Paula Castañeda. Un testigo de la naciente patria argentina», que en su momento recensionó el P. Sáenz. El libro es casi casi una ininterrumpida cita textual de este fraile gigante. Quiero creer, y les deseo, que lo encuentren en Mercado Libre (mirá lo que te digo).

    El Viajante, junto con el Carlista y Tom, provocaron un desparramo de recuerdos. «Don Segundo Sombra»: impostergable. Hernández te lleva de viaje por el drama de amor de nuestra Patria, y Güiraldes te incrusta en el día a día y en la piel del viejo criollo. Leyéndolo, sos el resero.

    Para los que gusten de los paseos literarios por la ciudad insomne (barrios y escritores): «Al pie de la letra», de Alvaro Abós, y «La otra Buenos Aires», de Garasa (a quien le doy una mano quitándole nombres de pila; o mejor no: Delfín Leocadio). En cuanto a los recuerdos literarios and more: «Recuerdos de la vida literaria», 2 tomos, de Manuel Gálvez, y «Borrador de memorias», de Nalé Roxlo. Sobre sus costumbres y tradiciones, el clásico «Tradiciones y recuerdos de Buenos Aires», de Manuel Bilbao, que en su momento editó Dictio. Y uno más moderno, en donde quedan todos estos tipos reflejados, y las escuelas que inauguraron y desde donde cada uno decidió librar batalla: «Boedo y Florida», de Gabriela García Cedro, que editó Losada.

    Porque ese drama argentino de división y oposición lo recorre todo, la política y el fútbol, y por supuesto la literatura. Parecemos un tubo de ensayo hegeliano.

  18. Lupus dijo:

    Perdón: DOS tubos de ensayo, siempre y para cada cosa.

    No obstante, me veo obligado a señalar este dato: por donde busques, Castellani casi no es recordado ni incorporado a las listas, escuelas o compendios, ni a nada. Tengo dos libritos de Juan Pinto («Pasión y suma de la expresión argentina» y «Breviario de Literatura Argentina contemporánea»), en el primero es ignorado y en el segundo –edición posterior– es señalado brevemente en una sola ocasión, en un párrafo nomenclado como «Otras voces», que vienen a ser la de él y la de otros dos que sospecho hermanos: Francisco y Ramón Suaiter Martínez. Este Pinto no es cualquiera, es un estudioso que laboró seriamente el diccionario de la literatura argentina. Pero hoy ha sido olvidado don Pinto, tal vez fue el precio de ningunear a Castellani. Seguramente sin intención, pero ocurre que los círculos, panteones, grupitos y academias siempre cayeron en esa ignorancia falsificada. Lo miraban por el rabillo: ese cura podrido que escribe y habla, escribe y habla, y no para, y escribe bien el muy podrido… ¡callenló, saquenló, ni lo nombren!… como hizo el turro de Borges.

    Lo dijo bien Benítez, en su mejor momento: Castellani género único. No entra en ningún lado, todos le quedan chicos. Qué Boedo ni Florida. Y su producción no entró nunca (ni por calidad ni por cantidad) en el caletre de los clasificadores, ni en el de la mayoría de los «colegas», digámoslo. No sólo es superior: es superador. Podés estar en desacuerdo con él sobre el valor de la poesía de Marechal, pero él expresa sus gustos con suma potencia (y argumentos, hay que prestarle atención, aunque sigas en desacuerdo). Y no tiene empacho en desdecirse cuando algo le cambia el gusto (y percibe el error o la mentira), como le pasó con Borges.

    Castellani es, entre los superiores, el primero entre pares. Simplemente porque no hizo pura literatura, ni soñó un paraíso como una especie de biblioteca.

  19. El Viajante dijo:

    Insisto en mis apreciaciones acerca de Lupus. ¡Lo suyo es fantástico!

    • Lupus dijo:

      Le agregué un otrosí sobre Castellani. Si no le pareció y lo sacó, me callo. Pero si desapareció antes de que ud. lo vea, me cacho.

  20. El Viajante dijo:

    Quedó «colgado» en la lista de comentarios pendientes. Entró Ud. desde otra computadora supongo (tengo que autorizar cada comentarista «nuevo»). Ahí está.

  21. El Viajante dijo:

    Agrego algo: se extrañan y extrañan las ausencias totales de Gualterio Curzio (comentarista estrella aquí) y parciales de Marcelo (que abrió el juego y no apareció más). Pienso que quizás, releyendo lo que escribí más arriba, estuve algo «fuerte» en mi última respuesta. Si es así me disculpo. Cosas que pasan como dice José Larralde.

  22. Marcelo dijo:

    Viajante:
    ando por acá, leyendo y aprendiendo; no se preocupe, no está mal dar respuesta «fuerte» (si es que realmente lo fue). Después de todo, uno debiera tener siempre presente aquella lúcida triple sentencia de San Agustín (que se refería a las disputas que tuvieran los hijos de la Iglesia Universal) : «en lo dogmático unidad, en lo opinable tolerancia, en todo la caridad». Y acá, claro está, se está hablando de cuestiones opinables.

    Y ya que se mencionó a Mansilla quisiera aportar a la lista propuesta con otro clásico de la «literatura de frontera»: La guerra al malón, del Comandante Prado (que en la edición de Eudeba del 64 tiene, de yapa, ilustraciones ad hoc del pintor Carlos Alonso).

    Siga pegando si quiere pero como hasta ahora, caballerescamente, que así no hay problema en salir a la palestra en tanto sea con ciertas mínimas reglas.

  23. Santiago dijo:

    Muy buenas. Me permito intervenir en este post un tanto antiguo (¿tanto hace que no leo En tren…?) por dos motivos sencillitos. El primero, para felicitar El Viajante por este blog magnífico. Es bueno sumergirse cada tanto en estas virtuales páginas para solazarse un poco. No vivo en Bella Vista y tampoco tomo el tren (porque aquí ya no existen más) pero es como si sintiera el agradable traqueteo -la cabeza inclinada contra la ventanilla, el libro en las manos- cada vez que leo algo de aquí.
    La segunda motivación es hacer un breve comentario acerca de la duda sobre la existencia de la literatura argentina, duda ésta explicitada hacia el final del post cuando se dice que el tal «Dr. Martínez escribe literatura argentina (si acaso existe, que creo que no, aunque las librerías insistan en su existencia)…».
    Lo interesante de este particular post es que no sólo se fue ‘construyendo’ con los comentaristas -entre los que sobresale sin duda Lupus-. sino que además se fue desmintiendo a sí mismo pues al terminar de leer los treintaypico de comentarios -incluyendo los de El viajante- a uno ya no le caben dudas: la literatura argentina existe!
    Esto me hizo acordar al epílogo (o era el prólogo?) de A. Caponnetto a aquel bello libro del P. Petit de Murat, La Sabiduría de los tiempos…, en el que el hoy director de Cabildo reconvenía al cura por su escepticismo respecto de la existencia no ya de la literatura sino de la propia cultura argentina. (Aunque bien miradas las cosas, ¿puede desconocerse la existencia de la literatura argentina sin hacer lo propio con su cultura?).
    Y hace poco, fijensé que casualidad, leí Historia de la poesía argentina, del egregio Menéndez y Pelayo que de literatura e historia argentina no entendía un soto. No obstante, el libro tiene una virtud: comienza a historiar la poesía/literatura argentina en el período español, es decir, desde que hubo argentinos que habiendo nacido en la Argentina se llamaron a sí mismos argentinos y escribieron literatura argentina. Es cierto que no hemos tenido la suerte de los chilenos, que largaron con La Araucana de Ercilla -Martín del Barco Centenera no le llegó ni a los tobillos – pero nadie puede decir que en esta tierra bendita no ha habido literatos desde hace casi cinco siglos. Menéndez, reitero, hace un recuento poco favorable y sigue los lineamientos generales del procerato literario liberal pero no incurre en el error de iniciar su historia con la Revolución de Mayo (entre los católicos parece que el primero hubiera sido el cura Castañeda -protoCastellani, sin duda Lupus- cuando en realidad hay muchos otros antes y después, sin hablar de sus contemporáneos).
    Lo que quiero decir es que los argentinos, que no sabemos un soto de historia patria, tampoco sabemos de literatura idem. Y aquí también cabe el apremio de Castellani: ¡leer a los clásicos!, sin perder mucho tiempo en los muchachos nuevos. Por mi parte, a veces luchando contra el enjaulamiento de mi pensamiento, como diría Marcel- no he leído (ni leeré, creo) a los Laiseca, Fogwil, Martínez et. alli. ¿Prejuicio? A veces sí. Otras, juicio puro. El tema es que habiendo leído tan poco a los clásicos -buenos y malos, católicos y heréticos- me parece un ejercicio estéril, una pérdida de tiempo bah, detenerme en ‘literatos’ al uso de las editoriales marketineras.
    Un abrazo para el Viajante y todo los demás.

    • El Viajante dijo:

      Estimado Santiago,

      Muchas gracias por sus felicitaciones a este humilde blog que tengo medio abandonado últimamente. Ya vendrán tiempos peores, como decía Zitarrosa.

      Aunque comparto la idea, no dejo de preguntarme a qué o a quienes se refiere al hablar de clásicos (en lo que hace a la literatura argentina). De hecho, y si me apura, me parece que decir «clásico de la literatura argentina» es algo así como hablar de la policía científica o de un círculo cuadrado. Un país con doscientos años de historia independiente y alguito más para atrás incluyendo el período español no creo que pueda ganarse, por un mero sentido cronológico, la categoría de CLÁSICO para sus plumas.

      Lo que si rechazo de plano es lo de «historia católica de la literatura argentina» o peor aún «historia de los literatos católicos -y por lo tanto buenos – de la argentina». Además de una beatería, me parece que es anticultural.
      Tendría Ud. que eliminar de la lista a casi todos los que se han ganado algún galón con la pluma (de Borges a Lugones, de Bioy a Arlt, de Mujica Laines a Estanislao del Campo, de…) en estas tierras si solo hay que poner «católicos». Además de que la lista sería cortísima, sería falsísima también en razón de cercenar con el ojo clerical las letras nacionales.

      Lo bueno de todo esto es la falta de obligatoriedad. Si no quiere leer a Fogwill ni a Laiseca, no lo haga. No hay obligación moral alguna aquí. A Dios gracias no hay un programa que deba ser estudiado para un posterior examen. Para eso está la Universidad que, como decía Bioy, no da tiempo para estudiar.

  24. Santiago dijo:

    Estimado Viajante:
    Ante todo, muchas gracias por incluir tan prontamente mi comentario y estampar su generosa respuesta.
    Empiezo por el final. Sé muy bien que usted no obliga a nadie -y mucho menos moralmente!- a leer a los susodichos. Simplemente deslicé opinión al respecto, quizás no muy apropiadamente.
    En el mismo sentido, lamento no haber sido más claro. Consecuencias del escribir rápido. Cuando me remito a los clásicos – rememorando el imperativo de Castellani- no me refiero sólo a la literatura argentina sino a toda la literatura clásica. Y digo clásica no sólo en el orden cronológico sino también, y esencialmente, en tanto literatura de excelencia. Literatura sublime.
    Por otro lado, y sigo lamentando que se haya entendido mal mi notícula, nada he dicho acerca de la «historia católica de la literatura argentina». Ni, mucho menos, he señalado que por ser católico un literato es ‘bueno’. Coincido que decirlo sería una beatería anticultural, pero como no soy ni lo uno ni lo otro, le pido permiso y rechazo el sayo.
    Usted me entendió mal (o, mejor, yo me expresé mal) por lo siguiente: » El tema es que habiendo leído tan poco a los clásicos -buenos y malos, católicos y heréticos- me parece un ejercicio estéril…». Lo que pretendí sin éxito decir allí es que los clásicos -la literatura de excelencia- puede provenir de los católicos o de los herejes. Y es obligación, mi obligación al menos, leerlos. A mi me parece estéril leer a Fogwil sin haber leído a Renán, por caso. O a Stendhal, Baudelaire o al mismísimo Lautreamont. Pero también a Psichari, Bloy, Chesterton, Tolkien y tantos otros. Y eso sin hablar de los clasicos ‘clasicos’ sino tan sólo de lo que está por aquí cerquita, en los últimos cien o cientocincuenta años.
    He leído literatura argentina, aunque no la suficiente y eso es algo que intento remediar porque sé que hay allí un fontanar apreciable. Reitero, sabemos poco de nuestro pasado y por lo tanto, poco de todas las manifestaciones de nuestra cultura, incluida la literatura. Como suele acontecer entre nosotros, tenemos una mirada aldeana, aporteñada, de nosotros mismos. Y eso incluye a la literatura. Cuando la actual Buenos Aires era una aldea que ni soñaba con tener imprenta, ya había por los lares de Córdoba del Tucumán, o por Catamarca y La Rioja, por Charcas y Asunción, poetas de fuste, cronistas o filósofos de Padre y Señor nuestro que harían empalidecer a más de un literato actual. Por eso, estimado Viajante, creo que nuestro período español es un poco más que ese «alguito más para atrás» al que nos remite. Y luego, en nuestra Independencia justa pero luego malograda por la ideología, es menester bucear también en el llamado Interior para encontrar literatos clásicos que bien vale la pena leer. Es un plus, un esfuerzo sin duda singular, porque todo atenta contra esa búsqueda. Le doy un ejemplo tonto: ¿cuantos de entre nosotros conocieron a Castellani por las antologías del gallego De Prada? Es paradojal.
    Cordial saludo.

    • El Viajante dijo:

      Le respondo más tarde como corresponde. Aclaradas sus aclaraciones (y espero, aceptadas una vez leído esto mis disculpas oportunas) le digo que coincido con Ud.

      Una sola cosa para el «ahora»: Gracias a Dios conocí al cura Leonardo tiempo antes, bastante tiempo antes, del descubrimiento del ex-lanata ibérico.

  25. Santiago dijo:

    No hace falta disculparse, si es saludable conversación nomás.
    Claro está, conociendo su blog (aunque es la primera vez que intervengo) no tengo dudas de su cabal conocimiento del Cura Loco…. Lanata ibérico! Clavadito!

  26. Luis M. dijo:

    Apreciado Viajante:
    Fuera del caso de Juan Carlos Dávalos -uno injustamente olvidado- y la asombrosa Juana Gorriti, la totalidad de los escritores argentinos han sido porteños; sino de nacimiento, al menos por adopción.
    No es un hecho menor. Sobre todo, si se considera que Buenos Aires es una ciudad, acaso por su condición portuaria, fuertemente influenciada por lo extraño. Y tiene el legítimo derecho de ostentar un triste título, que es el de matadora de talentos. Algo así se dijo en el entierro de Lugones por quien sabía bien lo que estaba declarando.
    Fuera del notabilísimo y excepcional caso de Castellani, que unció el genio literario a su tarea profética, del resto de escritores puede afirmarse que, tarde o temprano, han sido llamados a juicio de residencia por la mediocridad nacional. No digo que Castellani no haya perseguido, pero es claro que lo fue como profeta y no como escritor. No afirmo que la mediocridad sea la regla general en nuestro país, no señor. Digo que es la que manda, lo cual es distinto: es la que premia, la que edita, la que elogia o maldice.
    Aunque afortunadamente no es la única que lee, ni la que tiene mejores ojos para leer.
    El propio Marechal, junto a los Petit de Murat o el mismo Lugones, fueron amargados por la política. Bien se dice que la política no es lo más importante, pero es lo primero.
    Si uno vive en un lugar donde mandan Felipe II o el emperador Franz Josef o, acaso, todavía se puede sobrevivir de los despojos de la gran Cristiandad, escribir y hasta hacerlo bien, si se sabe y se puede, es campo orégano. Si no, uno se vuelve amargado o cínico. Amargado como le pasó a Rodolfo Walsh, que prometía mucho y murió como un chorro vulgar y sin comprender que como gran escritor que podría haber sido, habría hecho más bien que matando vigilantes en las esquinas oscuras de la provincia.
    Borges siguió el camino inverso, el del cinismo: Tenía un talento deslumbrante, pero eligió rendirse al medio ambiente y mantener su prestigio. Borges vendió su alma a cambio de Dios sabe qué.
    Castellani en su «Crítica literaria» saca el tema de los escritores suicidas, que no es casual y refleja la tremenda angustia del escritor; él lo ve como un signo de la tremenda flojera religiosa de nuestro ambiente. Y es acertado, como siempre…
    No se puede escribir, que es un acto llamado a volar hacia la eternidad, sin reposar en el Eterno.
    Salvo que uno sea yanki y, entonces, escriba como Silvina Bullrich -por lo demás, una persona de mucho encanto personal y una vida bastante desgraciada- o se vuelva un mercader, como A. B. C. Porque si no, termina bebiéndose unos cristalitos de cianuro en un recreo del Tigre.
    Una vida equilibrada es difícil mantenerla en esa profesión, salvo casos sonados como el de Hugo Wast, a quien no he visto citado en estas notas, ni de refilón. Y mal escritor, no era.
    Excúseme el extenso y tardío repaso, pero me parecía importante destacar este hecho tan gravitante en la vida de la literatura nacional -mucha o poca, buena o mala- o quizás, en la de los escritores argentinos.
    Luis M.

  27. Clásicos de la literatura argentina hay por lo menos diez: 1) Facundo (Sarmiento); 2) Martin Fierro (Hernández; 3) Adán Buenosayres (Marechal); 4) El matadero (Esteban Echeverría); 5) La guerra gaucha (Lugones); 6) Operación masacre (Walsh); 7) Los dueños de la tierra (Viñas); El juguete rabioso (Arlt); 8) La novela de Perón (Martínez); 9) El desierto de piedra (Wast) y «Los caranchos de la Florida» (Lynch)…Se le pueden sumar otros diez y otros diez y otros…

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