Fantasía

 

I believe in Christianity as I believe that the sun has risen; not only because I see it, but because by it I see everything else

«Creo en el Cristianismo como creo que ha salido el sol; no solo porque lo veo, sino porque  por él veo todo lo demás».

«Is theology poetry?» C.S Lewis

«Et dixit qui sedebat in throno : Ecce nova facio omnia».

«Y dijo Quién se sentaba en el trono: He aquí, Yo hago nuevo todo»

Apocalypsis 21:5

Los domingos al mediodía como, indefectiblemente y más allá de hacerlo otros días, con mi hermana. Ignoro el porqué de que el verbo «almorzar» sea repudiado por tantos (al igual que cenar, claro está, conjunto con, por ejemplo, llamar inodoro al inodoro, prefiriéndose «water», así, mal pronunciado: «güater», en un supuesto acto de finura terminológica que suena más bien a esa manía de muchos centroamericanos de verbalizar sustantivos del inglés de forma desastrosa). Por otra parte pienso que las masas bienhablantes se horrorizarían ante un cartel publicitario de un restaurante que rezara: «Comida 40 pesos con café y postre. Todas las tarjetas de crédito admitidas».

Así que tendría que decir que los domingos almuerzo, indefectiblemente, con mi hermana y que, como en tantos almuerzos dominicales (domingueros, aunque tal expresión solo se la permitiríamos a Castellani), la sobremesa (¿se permite?) versó acerca de la literatura fantástica.

Quien suscribe sostuvo, después de las empanadas, que el gran boom de la literatura fantástica en el siglo XX se debió (entre otras cosas) a que en un siglo tan tremendo, tan horrible, tan lleno de muertos, tan lleno de ideologías (las almohadas donde se duerme la cabeza, como decía Irazusta), tan racionalista, tan iconoclasta, tan vacio, tan disolvente y, déjenme, tan pedorro, el género fantástico permitió un escape a quienes se sumergieron en la lectura. Escape mas no escapismo, y acá se complica la argumentación entre cocacolas y cafés que nunca hicimos. A ver si me explico por escrito intentando reproducir, en esencia, lo de hoy al mediodía: escapismo fue el psicoanálisis, escape fue el primer engendro del mismo, en versión jüngeana, escapismo fue, en otro sentido, el seudomisticismo pedórrico-gnóstico new age, escapismo fue creen en intereses que, cual pase mágico, hacen que un valor dado se incremente. La literatura fantástica, por su parte, fue -y es- un escape, una vía afuera (way out queda mejor, aunque caiga en eso que critiqué más arriba) del siglo (en todas las acepciones que tiene).

¿Toda la literatura fantástica? ¡Nones! Toda la BUENA literatura fantástica y, para que sea buena, debe cumplir con un requisito básico: tiene que ser verosímil, coherente hacia adentro, sustentable. Por verosímil no pretendo decir naturalista, sino aceptable. No repudia la inteligencia  un caballo parlante en un mundo de animales parlantes, pero si lo haría con la historia de un polaco que descubre el boro en una zapatillería de Aldo Bonzi mientras bebe absinto y canta «Au claire de la lune» en cánon con Ignacio Corsini…o así debiera ser.

Digo debiera porque el siglo XX nos hizo creer (como sus hermanitos anteriores, XIX, XVIII, XVII y, por qué no, XVI) que los unicornios no existen y que aceptar su existencia es una bobaliconada, contrario a afirmar  que la raíz cuadrada de 2 es el único numero que multiplicado por sí mismo da 2 y que toda construcción que se eleva al cielo es necesariamente un símbolo fálico. Lo de la raíz cuadrada de 2 es verdad, lo otro, es más inverosímil que creen en trazgos, ninfas, duendes, hadas, elfos, sátiros, unicornios, sirenas o en la Santa Compañía que se pasea cercana a los cementerios de Galicia. Y ahí está la clave de lo verosímil en la literatura fantástica pues la Tierra Media de Tolkien, la Narnia y el Telmar de Lewis, y si me apuran (y en su lugar, claro está) la Inglaterra posmo, pero mágica, de J.K Rowling, permiten la raíz cuadrada de 2 y permiten las ninfas, pero no los intereses crecientes y los símbolos fálicos por doquier. Permiten escaparse INTELECTUALMENTE del siglo horrible en que el lector vive hacia mundos racionales, coherentes que, aunque ficcionales, son más propios al alma y la inteligencia que la era de los sociólogos.

Quizás por eso los hippies, que se escaparon mal y terminaron peor, escribían en los sesentas «Frodo Vive» en las paredes de sus universidades yankees, quizás por eso millones de jovencitos que no habían terminado de leer la etiqueta del shampoo se tragaron las siete entregas de la saga de Rowling, quizás por eso los protestantes norteamericanos (estos si, el paroxismo de la bobada) que leen demasiado a Lewis terminan medio desorientados, pero para bien.

Jacksie Lewis dijo por ahí (en Boca del Dr. Ransom, si mal no recuerdo) que llego un momento en que se dio cuenta que hubo un tiempo en que sátiros y ninfas bailaban en los bosques de Italia. Jamás hubiera llegado a creer tal cosa sin leer esa «novelita fantasiosa» de George McDonald que compró en el andén de un tren a sus 17 años, sin literatura fantástica: enemiga a muerte de fariseos, ateos, agnósticos, psicoanalíticos, jungeanos y sus amigos.

Yo, que creo que hubo un tiempo en que los trazgos de las montañas asturianas hacían de las suyas y que los leprechauns custodiaron marmitas llenas de oro donde comenzaban los arco iris, respondí hoy al mediodía que quizás hubo un tiempo en que los unicornios también podían verse, aunque con algo de esfuerzo, por aquí y por allá. Creo también que la fantasía permitió a muchos pichones de ateos o fariseos liberarse de la incredulidad moderna, más allá de donde hayan terminado. Incredulidad que hizo a esas potencias naturales, o preternaturales, replegarse, alejándose de los hombres que, en realidad, se alejaron primero.

Esto pensaba hoy al mediodía después de las empanadas y pensaba, también, en que la clave para saber en qué si y en qué no creer está en la cita que encabeza este posteo. Eso si, sin olvidar la segunda.

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25 respuestas a Fantasía

  1. Anónimo dijo:

    En Ortodoxia, Chesterton dice algo parecido sobre los cuentos de hadas y el cristianismo. En la UCA, en cambio, el cura cambió el misal para que diga «felices los invitados a esta comida del señor».

  2. Viajante, de Vórtice puede bajar Phantastés, con prólogo de GKCh e introducción de Lewis, o a la inversa, creo.
    http://www.cuadernas.com.ar/libro.php/phantastes-cosas-de-fantasia
    Sdos.
    W

  3. El Viajante dijo:

    Ya lo leo Gualterio, sabe que fui su fiel lector.

    Anónimo: Eso pasa por muchos motivos y, créame, el menos peor es la pacatería terminológica.

    Muchas gracias W. Muchas gracias. Tengo una edición en inglés, que es la que leí, pero que no es pasible de ser prestada a algunos amigos por el tema del idioma. Ya está bajando la edición argentino-digital que me pasó.

    ¡Qué bien por Vórtice!

    El Viajante

  4. Diego dijo:

    Me permito un chivo que puede interesarle, no al viajero del San Martín, pero sí a mendocinos que sigan este blog, y esta entrada en particular: el 17 de octubre –con perdón de la fecha– el inmenso Jorge Ferro –viandante de ese mismo San Martín– dará una conferencia en la UNCuyo sobre «Fantasía y Realidad» en Chesterton, Lewis y Tolkien. No creo arriesgar mucho al decir que ha de ser una jugosa y extensa glosa a esta misma entrada.-

  5. El Viajante dijo:

    Pase el chivo nomás

  6. Felipe dijo:

    No se entiende una goma!!! Abzo.

  7. Beatrice Atherton dijo:

    No sé si usted lo habrá leído, pero Tolkien tiene una librito llamado Arbol y hoja. En él se contiene un excelente ensayo titulado: Sobre Los cuentos de hadas. Le cito un párrafo por si sus lectores no lo conocen:
    «La fantasía es una actividad connatural al hombre. Claro está que ni destruye ni ofende a la Razón. Y tampoco inhibe nuestra búsqueda ni empaña nuestra percepción de las verdades científicas. Al contrario. Cuanto más aguda y más clara sea la razón, más cerca se encontrará de la Fantasía. Si el hombre llegara a hallarse alguna vez en un estado tal que le impidiese o le privase de la voluntad de conocer o percibir la verdad (hechos o evidencias), la Fantasía languidecería hasta que la humanidad sanase. Si tal situación llegara a darse (cosa que en absoluto se puede considerar imposible), perecería la Fantasía y se trocaría en Enfermizo Engaño.» .
    El mismo libro trae también el poema Mitopoeia que Tolkien le dedicó a Lewis. Siempre me ha sorprendido el motivo por el cual Tolkien lo escribió, pues no deja de ser paradójico que alguien que ha escrito las Crónicas de Narnia o Mientras no tengamos rostro, entre otros, sea considerado por Tolkien como «el hombre que describía mitos y cuentos de hadas como mentiras». Quizás un mejor conocedor de ambos – Lewis y Tolkien – pueda explicarle mejor a esta servidora los motivos de esta fuerte «acusación».
    Saludos Viajante…

  8. Marcelo dijo:

    Viajante: muy buena la entrada. Quizá convendría hacer alguna acotación acerca de la diferencia entre «fantástico» y «mágico» o «feérico».
    Copio un párrafo de A. Faretta:

    «El modo, la forma del relato fantástico nace puntualmente con «El hombre de la arena», publicado en 1816, aunque seguramente terminado bastante antes- de E. T. A. Hoffman. Ésta -como he dicho en otras oportunidades- es una de las estrategias fundamentales que el romanticismo alemán tiene para responder tanto al idealismo filosófico de Kant y luego al más extremo de Hegel, así como al enciclopedismo e iluminismo acuñado y propalado desde el otro lado del Rin, sobre todo por los llamados «enciclopedistas» franceses.
    Contra este doble frente Hoffman acuña este modo de relato y esta auténtica y revolucionaria poética llamada fantástica. Es tal su carácter revolucionario que -como sucede tantas veces- su propio creador no terminó de comprenderlo del todo. Fíjese que el mismo Hoffman regresa sin más en muchos de sus relatos posteriores al modo mágico o feérico -que él mismo se había encargado de liquidar y superar con El hombre de la arena. Tal el caso de, por ejemplo, «Cascanueces y el rey de los ratones», y de tantos otros relatos. ¿Cuál es la radical novedad o salto de este relato «El hombre de la arena» que funda sin más el modo o poética del relato fantástico moderno?
    Primero. Su carácter de diégesis intramundana. Nada de reinos de elfos, ni de bosques con hadas o gnomos. Nada de Neverlands, ni de paises encantados, ni reinos de más allá o más acá. Es un aquí y ahora real, ya «realista», y que sin mucho esfuerzo el lector contemporáneo podía ubicar en la Alemania contemporánea.
    Segundo, sus personajes. Son presentados primero en su fase terrena, civil y hasta laica. No son seres híbridos sino meramente humanos.
    Tercero el modo sesgado y oblicuo de relatar (…)»

    • El Viajante dijo:

      De cualquier manera, tendré que decirle, Faretta me produce a veces admiración, a veces curiosidad, no poca incredulidad (en él, claro) y, sin duda, muchas dudas. ¿Está loco? ¿Es un excéntrico? ¿Nos está tomando para la joda? ¿Será brillante acaso?

      Su alemanismo no me lo trago, que quiere que le diga, no me lo trago ni un poquito, y no por antigermano, sino porque pretende ver en el romanticismo lo que no hubo.

      Hará un año más o menos hablamos (ud comentó en el posteo) sobre McPherson y la influencia de su obra en Goethe. Sin El segundo no hubiera habido romanticismo y sin McPherson los británicos hubieran seguido en el camino germanizante del cual Borges llora las apartadas. Me siento más cercano al folklore local (de donde fuera local) que a explicaciones romantizantes acerca del origen del género fantástico.

  9. Marcelo dijo:

    Viajante: sobre la supuesta germanofilia de Faretta (personaje para el cual el pólemos es ya casi un «modus vivendi» y del cual creo se pueden tomar sólo ciertas cosas), quisiera agregar otro párrafo del mismo texto que copié arriba:

    «Dejemos a Heidegger que siga ocupándose de Holderlin. Tal vez si fueramos alemanes contemporáneos no nos quedaría otro remedio… o salida. Por nuestra parte ocupémonos, centrémonos en Hoffman, en Novalis, en von Kleist y en Lentz y en las pinturas y grabados de Caspar David Friedrich.
    Tal vez -si me permite volver a lo anterior- Holderlin sea algo esencialmente alemán. No lo dudo. Pero algo tan, pero tan alemán que fuera de ese idioma apenas sirve. Pero Hoffman y Novalis son universales. Allí tenemos ya las dos fases del romanticismo, la que se volverá estrechamente alemana y provinciana y se pensará única y -de allí los disparates del siglo veinte- y la que quiere ser universal, ecuménica y católica -claro está.
    Con esta reconfiguratio de lo teológico-metafísico Hoffman acuñará o en todo caso organizará el cuño, superado por Poe y continuado por tantos otros hasta que el cine y su concepto lo vuelvan de nuevo universal».

    • El Viajante dijo:

      Marcelo,

      Ya el cuero me quedó chico. Ir contra Novalis (y con él, contra Disandro… no hay Carl Schmitt que valga en ésta.

      Fabulosos sus aportes, como siempre!

      El Viajante

  10. Marcelo dijo:

    Por las dudas corrijo, Viajante: no va contra Novalis sino contra Holderlin (creo que Ud. lo comprendió bien pero el apuro al escribir le jugó una mala pasada).

  11. Ludovicus dijo:

    Ludovicus dijo,
    Me parece que en la literatura fantástica moderna, y sobre todo en la ciencia ficción, hay un élan religioso reprimido. Sería, más que un escapismo, una forma de recrear la trascendencia a partir del asombro, en este mundo y en este universo. Aún los autores de ciencia ficción mas ateos no dejan de portar este pathos.

  12. El Viajante dijo:

    Coincido con usted Ludovicus en su «ampliación» a la ciencia ficción. En Dune, en La Guerra de las Galaxias (ya sé, es cine), para poner dos ejemplos, la cosa está clara. Como contraposición a Star Wars, creo, podríamos poner a Star Trek, que es una loa democrática al ateísmo.
    En nuestras tierras argentinas no han nacido escritores de ciencia ficción (o al menos que hayan logrado cierta notoriedad y editar en algún sello que no sea Editorial Dunken). ¿Será por lo irreligiosos que somos?

  13. Marcelo dijo:

    Castellani, si no recuerdo mal, escribió hace unas décadas que las obras de c. f. en su gran mayoría eran lisa y llanamente ateas. Y claro, la fe en la ciencia de sus autores parecía haber desplazado totalmente a la religiosa. De todos modos hay obras de c. f. que merecen leerse; además, hubo alguna novela casi diríamos de apologética («Cántico por San Leibowitz» de W. Miller).

    Copio un fragmento de un especialista argentino, Pablo Capanna:
    «Las reglas del juego. La ciencia ficción creció en el seno de la literatura fantástica hasta invadirla, reemplazando la seducción de la magia por las incógnitas de la ciencia. Pierre Versins y Borges la llamaron «literatura conjetural», Judith Merrill propuso hablar de «ficción especulativa», Darko Suvin la caracteriza como una literatura «cognoscitiva», con predominio de las ideas.
    En general, un relato de ciencia ficción no se distingue de uno fantástico por su tema, sino por el tratamiento que le da. Puede tratar acerca de vampiros, sirenas o centauros, pero allí donde un escritor de fantasía como Tolkien nos invita a suspender el juicio de realidad, el autor de ciencia ficción procurará persuadimos de que todo lo que ocurre tiene alguna explicación racional. Estas distinciones, que han ocupado a los críticos durante años, tienden a desaparecer en la medida en que los viajes espaciales se han vuelto un tema periodístico, nuestros autos son fabricados por robots y los extraterrestres han ingresado al folclore urbano. De hecho, para los editores y críticos «ciencia ficción y fantasía» suelen ir unidas. Después de Tolkien, la fantasía se ha tomado la revancha contaminando a la ciencia ficción, al punto de que cada vez es más difícil discernir dónde termina la ciencia y dónde empieza la magia. Pero, en su evolución histórica, el género ha codificado ciertos temas y convenciones que suelen respetarse: el futuro, el robot, el extraterrestre, etcétera.
    Nacida de la utopía, la ciencia ficción ha cultivado con más empeño la distopía, la descripción de futuros indeseables, pensados como una forma de advertencia. En ella, los planetas remotos permiten el mismo extrañamiento que en otros tiempos producían los países exóticos. Los mundos paralelos, situados «en otra dimensión», ofrecen una libertad imaginativa aún mayor. La ucronía, por su parte, nace de imaginar qué hubiera ocurrido si algún hecho histórico, por ejemplo una batalla decisiva, hubiese tenido un resultado distinto. En cuanto a los viajes en el tiempo (que permiten enamorarse de la tatarabuela o sabotear a Colón), ya habían agotado sus posibilidades antes que el cine los descubriera.»

  14. El Viajante dijo:

    Más allá de que es algo largo y que debería dar fundamentos, le puedo decir, Marcelo, que no coincido con Capanna. O no entendió a Tolkien, o no entendió qué es la literatura fantástica o, directamente, NO ENTENDIÓ.

  15. El Viajante dijo:

    Pensándolo bien, algo, algo, alguito podría concederle (yo, que no sé nada, a este señor, que parece saber algo): ANTES del siglo XX, antes de la última parte del siglo XIX, había mucho de ateo en la literatura fantástica y en los pichones de textos de «ciencia ficción». En el 20, naturalmente, se continuó en hombres como Wells, Stapledon o Huxley. El origen, quizá, o que yo recuerde para esta tradición ateo-fantástica, estaría en el MICROMEGAS de Voltaire. Todavía recuerdo la sensación de leerlo, a los dieciseis o diecisiete años, en una compilación de cuentos de ciencia ficción. Tapa azul francia y letras en bordeaux (¿se les habría acabado la tinta negra?).
    Pero bueno, llegó el fin del XIX y con él, el comienzo del XX y la cosa cambió, le guste o no a Capanna, que es un ateo.

  16. Ludovicus dijo:

    Capanna ateo? Por favor corrija el dato.

    • El Viajante dijo:

      Corrijolo entonces. De la lectura de su libro sobre Tarkovsky no me quedó una impresión agradable, será eso entonces, mi prejuiciosa voluntad, la que me llevó a decir eso.

  17. Marcelo dijo:

    Viajante: Capanna se convirtió al católicismo hace unos años; en todo caso lo podrá tachar de ser más o menos modernista, pero en fin… algo es algo (y es preferible al ateísmo o al agnosticismo). En una entrevista en Ñ o ADN de hace unos años se manifestó católico y dijo algo así como: «sé que hoy no está de moda manifestarse católico, pero…» (el tipo sabía el ambiente en que se movía y así y todo se confesaba converso; tal actitud tiene algún mérito).

    Adjunto prueba tomada de la bibliografía de Capanna en internet:
    -Capanna, Pablo (1993) El mito de la Nueva Era. Vino viejo en odres descartables. Buenos
    Aires, Ediciones Paulinas.
    -La tentacion de la magia, Claretiana, 1995.

    (Sí, ya sé lo que va a decir de una editorial como Paulinas, pero insisto: el tipo se convirtió y ya es algo, me parece).

    E insisto también en que Castellani renegaba de la c. f. por ser atea en su mayor parte (confieso que no pude encontrar la cita, tal vez fue en una crítica literaria en alguna Jauja, no recuerdo bien).

  18. El Viajante dijo:

    Marcelo,

    Muchas gracias por los datos. Ahora me compadezco del pobre Capanna…¡Paulinas y claretiana!

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